EL TERCER AMANTE DE EMMA

29.05.2011 18:25

 

EL TERCER AMANTE DE EMMA

Un nuevo final para Madamme Bovary y Cumbres Borrascosas

 

 

I.

Aún no despuntaba el alba y ninguno de los habitantes de Cumbres Borrascosas había salido de sus aposentos; todos dormían excepto Heathcliff, quien llevaba ya cuatro días sin comer, sin dormir y sin salir del cuarto que tenía cerrado con llave, lo que ya empezaba a preocupar a Helena y a Hareton y hundía en cavilaciones a José, quien a cada momento alzaba sus brazos al cielo para implorar que ya nunca más saliera, a no ser directo a la tumba.

 

Un ruido seco, como de un cuerpo que cae pesadamente al suelo, acompañado de un sordo gemido, llegó hasta los oídos de Heathcliff, provenía del exterior de la casa; él, en su delirio, creyó escuchar la voz de Catherine que lo llamaba. Emocionado buscó a tientas, en la mesita de noche, la llave que había puesto ahí (ya no recordaba cuando), ésta cayó al suelo y Heathcliff, en su afán de recuperarla, tropezó con algunos leños tirados al lado de la chimenea ya extinta. Tardó poco en encontrarla, gracias a que su buen oído había seguido el tintineo que produjo al hacer contacto con el piso de grava. Se apresuró a salir a pesar de su debilidad, y se encontró con una mujer que yacía en el suelo inconsciente. Se acercó con dificultad y la palidez de la luna se confundió, para él, con la palidez del rostro que veía. Era Catherine. Respiraba. Su corazón latía débilmente. Los toscos dedos de Heathcliff acariciaron con ternura unos cabellos que parecían más ondulados y más largos y ya no reflejaban como antes, la luz de la luna. Descubrió que su peso se había casi duplicado, cuando intentó levantarla para llevarla adentro, fenómeno que atribuyó a su propio estado: pensó que tantos días sin comer y sin dormir habían diezmado sus fuerzas. Con mucho esfuerzo, sin embargo, logró llevarla, casi a rastras hasta su habitación, la cual cerró nuevamente con llave. La acostó en su cama y se sentó a su lado a velar un largo y pesado sueño, pendiente siempre de sus signos vitales. Por primera vez, desde hacía ya casi cinco días, Heathcliff sintió hambre; llamó a gritos a Helena, que apenas se levantaba, y le ordenó que le trajera de comer, acusándola de querer matarlo de hambre. Helena se apresuró a prepararle algo y, cuando llamó para servirle, él vociferó que lo dejara junto a la puerta y se largara, pues no quería ver a nadie. Cuando ella se hubo marchado, no sin antes cerciorarse de que nadie lo viera, abrió la puerta, tomó los platos y comió con voracidad, como quien lleva cinco días sin comer. Desde entonces siguió bajando todos los días al comedor, dejando siempre cerrada su habitación, pese a los reproches de Helena por no permitirle entrar a limpiarla. A todos extrañó su cambio de actitud y el repentino restablecimiento de su apetito. Pues empezó a comer todo lo que le servían y pedía algo más para comer en la noche, al retirarse a su habitación; su carácter, sin embargo, seguía siendo el mismo, por lo que nadie, ni siquiera Helena, se atrevía a preguntarle nada.

 

II.

 

Decidida a terminar con la absurda y pesada carga en que se había convertido su vida, Emma se dirigió presurosa a la farmacia del Señor Hommais y, aprovechando su ausencia, trató de convencer al joven ayudante para que le abriera el cuarto donde el farmaceuta guardaba ese frasco cuyo contenido pondría fin a la presión de su acreedor y a todos sus tormentos. El joven se negó rotundamente a satisfacer el deseo de Emma, pues ya antes había tenido una experiencia bastante desagradable en ese cuarto. Por más que Emma le rogara, le ordenara e intentara sobornarlo, el joven no cedía. Viendo frustrados sus planes, Emma salió de la farmacia como sonámbula, con la mirada perdida en el horizonte, y empezó a caminar sin rumbo fijo. Y sin que nadie se diera por enterado, Emma salió del pueblo, perdida por completo la razón; caminó sin parar durante varios días, hasta que una madrugada, antes de que los primeros rayos del sol hirieran sus ojos, su debilitado cuerpo ya no pudo soportar más y cayó pesadamente frente a una casa de aspecto siniestro, en cuyo umbral, en grandes letras, se revelaba un nombre y unos números que ella no alcanzó a leer. Un hombre de rasgos gitanos, cuya debilidad desmentía su ruda apariencia y la arrogancia de su postura, salió para socorrerla, la levantó con dificultad y la llevó adentro.

 

III.

 

Una mañana, cuando se disponía a asear las demás habitaciones de arriba, después de servir el desayuno a Heathcliff, Helena escuchó ruidos en la habitación de su amo, lo cual la sobresaltó y la llenó de curiosidad, pues hacía pocos segundos le había dejado en el comedor y era imposible que subiera tan rápido; sin embargo, para cerciorarse, se asomó por la baranda de las escaleras y, efectivamente, él estaba aún allí sentado. Entonces se dirigió con sigilo hacia el cuarto y pegó su oído a la puerta. Lo que escuchó la dejó aún más perpleja, eran unos pasos cortos y acelerados que iban y venían por la habitación y un indescifrable balbuceo en voz femenina. Bajó al comedor e informó a Heathcliff de lo sucedido. Él, visiblemente enojado, la reprendió por estar fisgoneando.

 

–¿Acaso tienes fiebre, Helena! –le gritó–. ¡Estás delirando! ¡No hay nadie en mi cuarto!

–No estoy delirando –respondió ella con voz entrecortada– efectivamente escuché pasos y una voz femenina en su cuarto, señor.

–Aquí, en mi bolsillo, tengo mi llave y la que te quité a ti –replicó él– no puede haber nadie allí, déjate ya de estupideces.

–Entonces no habrá problema en que entre a limpiar, –inquirió Helena como probando a su amo– ese cuarto debe estar hecho un asco.

–¡Te he dicho mil veces que nada tienes que hacer en mi cuarto! –gritó él parándose del comedor y acercándose a Helena amenazante.

Muy asustada, Helena se retiró y Heathcliff subió apresurado las escaleras. Al entrar en la habitación, Emma, que ya se había despertado y caminaba nerviosa de un lado a otro, lo miró con asombro y en su rostro se dibujó una sonrisa de inexplicable felicidad. Se abalanzó hacia él, lo abrazó con todas sus fuerzas ya recuperadas y lo besó con tal pasión que él sólo acertó a tomarla en sus brazos y llevarla a la cama, mientras cada uno repetía con delirio el nombre del otro:

–¡Rodolfo!

–¡Catherine!

Tema: EL TERCER AMANTE DE EMMA

Respuesta de pregunta N°12

Fecha: 29.04.2021 | Autor: Elizabeth Marín Agudelo

la lectura estuvo muy bonita ya que heathcliff, fue muy bueno con emma a pesar de que no la conocía ni sabia de donde venia y después de que la encontró le dieron ganas de comer y yo, supongo que le dio hambre porque quería estar bien cuando despertara, emma la historia fue muy bonito y muy bien escrita también Elena tenia mucha curiosidad por lo que estaba sucediendo en el cuarto de su amo.

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