¡¿ARTE? ¿FIESTA BRAVA?!
¡¿ARTE? ¿FIESTA BRAVA?!
Un día cualquiera
En cualquier RINCÓN del coso
César Rincón
Pasará, de ser EL CÉSAR,
A ser la corona del Rey Miura.
Por: Giovani Mejía Correa
Así define el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua la palabra Tauromaquia:
Tauromaquia. (Del gr. ταῦρος, toro, y μάχεσθαι, luchar). f. Arte de lidiar toros. || 2. Obra o libro que trata de este arte.
También le llaman fiesta brava; yo no sé que tiene de arte, ni qué tiene de fiesta, ni que tiene de brava. O si haya alguien dentro del coso taurino que sea bravo. El toro por naturaleza es manso, prueba de ello es que tienen que puyarlo antes de sacarlo al ruedo, y luego otra vez en el ruedo, y seguirlo puyando hasta hacerlo enojar, hasta hacerlo sentir que su vida peligra y entonces sí, como todas las fieras, recurra al ataque para tratar de salvar su vida. El público, una manada, o mejor una ‘humanada’ (porque actos tan irracionales sólo pueden cometerlos seres racionales) de beodos y beodas ignorantes cuyos únicos argumentos son: oleee, oleee, oleeeeeee, tampoco pueden ser bravos. Los picadores, cual quijotes ante inofensivos molinos de viento, van subidos en sus caballos con sus lanzas puntiagudas y tan largas que les permiten guardar una distancia prudente (o cobarde). Si acaso un poco osados los banderilleros, pero tampoco llegan a bravos, son los últimos torturadores, los que dejan al toro lo suficientemente desangrado para que el más cobarde y estúpido de todos, el torero, pueda hacer gala de su hombría (valga esta palabra para toreros y toreras), pues la verdad que tiene harta hombría (calidad de hombre. DRAE), pero de bravo (valiente, esforzado. DRAE), nada tiene. Porque sí que son muy hombres, los toreros y las toreras, con toda la acepción machista de hombre como genérico de ser humano, pues realmente hay que ser muy humano para ser tan cruel y tan cobarde; porque, qué valentía puede haber en quien se enfrenta a un toro desangrado, moribundo, sólo para darle a una montonera de idiotas pequeños burgueses el placer de emborracharse estúpidamente gritando oleee.
Qué fiesta es, sin embargo, para ellos y ellas cuando este gran hombre (como sinónimo de gran HP), entierra su sable hasta la empuñadura en las carnes ablandadas ya y maltrechas del otro animal que se desangra. ¡Ahhh! Pero qué fiesta es para mí cuando el toro, ese ser que no puede ser irracional, porque no es racional, en un último esfuerzo, aprovechando la poca sangre que aún corre enardecida por sus venas, logra ensartar a ese Gran César y por un rato hacerlo su corona, para mostrarle a los idiotas de las gradas (que en este sublime momento tienen más cara de idiotas), quién es el verdadero rey.
En El Colombiano del domingo 5 de febrero de 2006, salió un artículo que me hizo recordar que debía un trabajo en este curso, y aunque no se planteó éste como posible tema para tal trabajo, quise hacerlo así, pues vi la oportunidad de sacarme una espinita que tenía hace tiempo, desde que conocí eso que, en detrimento del mismo pensamiento occidental, han mal-llamado arte o fiesta brava, la tauromaquia, porque, como sostengo más arriba, ni es arte, ni es fiesta, ni es brava; no es más que el ensañamiento sangriento de un ser irracional y cobarde contra un animal indefenso, para deleite de una humanada de idiotas tan irracionales y tan cobardes como él. En ese momento, porque fue en el capote de César Rincón que conocí la tauromaquia, escribí el poema que pongo como epígrafe.
En el artículo, titulado Entre Manolete y Pajarito, la México cumple 60 años, La Plaza México se vanagloria de poseer el coso (el coso taurino) más grande del mundo, de haber tenido en su ruedo gigante los mejores diestros de los tres países que en el mundo han producido más de esos idiotas cobardes: España, Colombia y México; de tener una gran exposición de esculturas taurinas de un tal Alfredo Just (Chapetón pa’ más señas), y unas graderías con capacidad para 45.000 idiotas. También se vanagloria de sus grandes momentos: 119 rabos cortados. Lleno completo (45.000 idiotas) en su primer paseillo (5 de febrero de 1946). Muestra algunos de los más idolatrados idiotas que han pasado por su ruedo, y otras muchas tonterías de la ‘enfermérides’. Pero a todo esto, hay algo que me gustó del artículo, aquí fue donde hice mi fiesta y quiero ponerlo entre comillas, tal como lo escribieron:
…las grandes tragedias del ruedo como la cornada a Antonio Lomelín, el 16 de febrero de 1975, cuando el toro Bermejo lo prendió cuando pretendía poner un par de banderillas.
El torero, ya fallecido, se levantó y con sus propias manos tomó sus vísceras para buscar atención médica, en uno de los momentos más dramáticos registrados en la Plaza México.
Como me hubiera gustado presenciar este hecho y haber recorrido las caras de los idiotas en las gradas; la cara del torero cargando su miseria con las mismas manos que segundos antes humillaba al toro; pero más me hubiera gustado haber mirado a los ojos al toro…
Cómo me gustaría ver llegar el día en que los pájaros encierren en jaulas a los humanos; en que la piel de humano le sirva a alguna otra criatura para hacer abrigos (como a las iguanas que sacan del Magdalena Medio para traerlas a Envigado a aguantar frío), el día en que los perros lleven en cadenas a sus amos y los caballos se suban a sus espaldas; el día en que los tiburones que aún quedan, decidan sacarle a los hombres, de sus propios hígados todo el aceite que han sacado de los hígados de sus antepasados… El día en que los toros aprendan a usar el capote y el sable y las banderillas. Dios (si es que existe) nos guarde de ese día.
Qué vergüenza me da pertenecer a una raza tan destructiva, tan beligerante, tan irracional (o digo mejor racional) y tan cobarde. El único animal que sin tener enemigo natural, se ha convertido en el enemigo cultural de sí mismo y de todas las demás especies.
Tema: Tauromaquia
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